Los oficios del amante
Puede gastar
su vida
en levantar
castillos
de arena (eso
le dicen.) Pero
ésa es
la su vida: constante
aprendizaje
para que tú
le digas: maestro
os reverencio; qué
suave es ese
gesto; qué sapiencia
al hacerme
cambiar
de catadura, y
cómo es su pulquérrima
manera de tratarme –mejor–
de modelar
mi arcilla, mis
ojivas.
El amante no
pierde jamás
minuto alguno: estudioso
él ausculta
tu entresijo
y él sabe
sagaz en qué momento
es cuando dan las
horas en tu reloj
de sangre.
Se empenacha o
jadea en
combates variados: yo
deseo te encuentres,
así, con tal amante: reconócelo
presto pues
lleva en la
solapa una
flor siempreviva:
la soledad es
acaso su
mejor compañía.
Él es un erudito
en dilaceraciones
mas su larga
experiencia
te servirá –es
seguro– para
que tus heridas
cicatricen
un poco
aunque las de él
prosigan
abiertas, desolladas.
Es su oficio.
Y lo sabe.
Ni más ni menos
–dice– como
los voluntarios
que otrora
se exponían
entre los lazaretos
o como los bomberos
que en el fuego
perecen para salvarte –es
cierto– aunque
tú no lo quieras.
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